“Las guerras vienen y van pero mis soldados
son eternos".
Tupac Shakur, rapero estadounidense.
Corrían los años setenta y los dos
éramos como hermanos. Llegaron los ochenta, y llegó la pasta y las malas
compañías y la puta droga, y no tardamos en separarnos. Éramos tan parecidos y
a la vez tan distintos. Él se convirtió en el típico músico pijo mimado,
mientras que yo seguí siendo un rapero de los de antes, de los de gorro y
chándal y peta en la boca y anillos y siempre rodeado de problemas. Él siguió
llevando sus oros, pero se adornaba con una americana chula y pantalón de
vestir y camisa y zapatos relucientes. Los dos éramos negros. Él pasó a ser un
trovador pacífico y yo seguí hundiéndome en la mierda de las guerras de bandas,
conducía deportivos caros y tuneados pero que estaban hechos trizas de cada
tiroteo y tenía que ir siempre con una pistola en la mano. Yo seguí con los
porros y los tripis y él empezó a tontear con la coca y con las drogas de
diseño. Pero los dos nos dedicábamos en esencia a lo mismo; a rapear y a
escaparnos de esta mierda de mundo con la poesía y con el colocón de las drogas.
El mismo veneno aunque en recipientes distintos.
En el barrio y los alrededores
seguimos considerando a Jim un esquirol y un traidor de mierda, pero qué
carajo, salió de allí rápido y se movió por otras zonas. Y, joder, no puedes
intentar putear a un tío que sólo está hablando de la paz y del amor y que
respeta a las mujeres y esa mierda. Sencillamente, no puedes querer hacerle
daño por muy pijo y chulo que sea. Los que nos quedamos aquí no hablábamos de
paz, porque no sabíamos muy bien ni lo que era. Entre 1984 y 1991 recibí dos
navajazos en la cara y uno en el brazo, dos tiros en el cuerpo y un tercer balazo
en el tobillo que me dejó cojo de por vida. No podía hablar de paz, ni quería.
Cada uno teníamos a nuestra familia, a nuestros hermanos, y cada día que
salíamos a la calle era a defendernos de las otras familias de hermanos. Y
mientras, Jim hacía poesía mojabragas para las chicas que le habían partido el
corazón. Y eran raps de puta madre, no obstante.
Él abandonó todo su pasado y yo
abandoné todas mis esperanzas. Cada uno eligió traicionar a una parte de sí
mismo a cambio de poder seguir con el rap. Y tuvimos que hacerlo porque el rap
se nos salía de las entrañas y dedicarnos a otra cosa nos fue simple y
llanamente imposible.
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