Venus

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domingo, 24 de junio de 2012

Poetas



Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

                                           Francisco de Quevedo y Villegas.



Era un poeta burlón y esquivo, satírico, respondón, obsceno, de temperamento sensible y tímido que trataba de sobrecompensar con su lengua afilada y su ingenio vivo, de talante tranquilo si no se le molestaba, o si no bebía, nervioso y cicatero si se le pinchaba lo suficiente. No hablo de Quevedo, que también. Hablo de mi amigo Miguel de Musa, que tuvo la suerte o la desgracia de nacer con el nombre que antaño Quevedo, sí, Quevedo, usara como pseudónimo. Fue este hecho el que hizo a mi viejo amigo comenzar a interesarse por las obras del poeta del Siglo de Oro, a querer imitarle, y a descubrir que en cierto modo ambos eran ya muy parecidos.

Pero Miguel de Musa no componía versos para la Corte ni se batía en duelo literario con lo más granado y valioso de la intelectualidad española precisamente. Miguel de Musa se dedicaba a componer poesías para revistillas y periódicos y a fumar como un carretero entre estrofa y estrofa, a gastarse la mitad de lo que ganaba en el juego y a beber como un cosaco las noches en las que salía, que eran pocas, pero rotundas. A Miguel de Musa no le solía gustar la gente, y mucho menos aún las mujeres, a las que dedicaba profundos versos rencorosos de misoginia y a las que, cuando bebía, trataba de promiscuas y asquerosas para arriba, lo que le llevó a tener no pocos problemas, y a empeorar su relación con ellas considerablemente.

Mi amigo Miguel de Musa murió el año pasado, con cientos de poemas compuestos, infeliz y lleno de talento, como tantos otros. Y eso nos hizo pensar a todos en cuánta gente hay en el mundo que brilla considerablemente y que nunca llega a nada por no rodearse de la gente adecuada. Francisco de Quevedo se pasó la vida entre cárceles y destierros por no saber frenar la lengua ni la pluma. Mi amigo Miguel de Musa se la pasó entre portales cerrados y camas vacías por no querer frenarla, y por no saber frenar sus pensamientos, ya de paso, que le atormentaban y atropellaban constantemente, pensamientos que ordenada y sistemáticamente le destrozaban por dentro. Un hombre más, de entre tantos otros, que pudo haber hecho mucho si no hubiera estado completa y rematadamente loco.

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