Venus

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miércoles, 29 de febrero de 2012

La vida de Steven Dwain, ¡YA EN LIBRERÍAS!


http://www.amazon.es/gp/product/841544933X
<< Estarán todos de acuerdo en que he creado el personaje perfecto. Es inteligente, atractivo y un hombre de acción. Tiene la sagacidad de Holmes y la seducción de 007, la audacia de D'Artagnan y el talento de Montecristo. Ironiza al nivel de Sócrates y sabe de ajedrez y protocolo. Se comporta en la mesa, distingue el tenedor del pescado del de la carne y si no entiende los chistes se ríe por educación. Viste bien, respeta a las mujeres y está concienciado con el cambio climático. Vota al tercer candidato y admira las otras culturas y nacionalidades. Tiene un niño apadrinado y ayuda a las señoras a cruzar el paso de peatones.
¿No es perfecto? Sí, claro que lo es (...). Sólo hay una solución. Steven Dwain tiene que morir. A ser posible, prematuramente. Y soy yo el que se va a encargar de asesinarlo. >>
Ligera obra de carácter semicómico y metaliterario, en la que el escritor trata de asesinar a su personaje dentro de su misma novela. Y para su sorpresa, Steven se defiende con uñas y dientes. "Una novela exagerada, excéntrica, imaginativa, en cuyo desarrollo se nos dan claves y reflexiones muy acertadas acerca del oficio de escribir, de la relación íntima entre un creador y sus peronajes: ¿Cómo es posible que una creación literaria viva más que el autor? Acaso la respuesta sea muy drástica y nada fácil de llevar a cabo...
LA VIDA DE STEVEN DWAIN. YA EN CASA DEL LIBRO Y EL CORTE INGLÉS.
También por internet en http://www.amazon.es/gp/product/841544933X

martes, 21 de febrero de 2012

La luz de la calle larga

"Aun con tantos planetas como giran a su alrededor y de él dependen, el sol puede madurar un racimo de uvas como si no tuviera nada más que hacer en todo el universo".
Galileo Galilei.

Tú eres la luz de la calle larga,
pequeña y frágil enfundada en el abrigo,
tú eres quien inspira todas mis palabras,
y quien hace que esquive todas las miradas,
que en el fin de la noche me muera de frío.
Vago solo por las calles heladas,
la gente me mira raro,
ataviado de traje y corbata.
La noche huele a perfume del caro,
a mujer y a cerveza de lata,
huele a camisa recién planchada,
a sonrisa barata, a cubata,
a tacón de aguja y a humo malsano,
a portal vacío y a llaves de casa.
Hoy no siento la noche y sólo pienso en ti,
en tus ojos de caramelo
y en cómo hacer versos de algo tan bello
que no puede explicarse con palabras.
El resto del mundo canta y baila,
y sí, salgo y las calles están vacías,
y yo lleno de desgana,
y todo gira a tu alrededor estas horas,
porque tú eres la única luz en esta calle larga.

sábado, 11 de febrero de 2012

Billy el Niño

"La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento tiene límites. La imaginación envuelve el mundo". Albert Einstein.

Por fin se habían reunido después de tanto tiempo. Allí estaba el viejo Michael J. Turner, el líder del grupo, sheriff retirado del que no se había oído hablar en mucho tiempo, y estaba también Tequila Joe, el borracho Joe, un hombre que nunca rechazaba un trago, una apuesta o una buena pelea. A estos dos los acompañaban los gemelos Scheffer, siempre callados, siempre quietos, los más lentos a la hora de hablar y los más rápidos a la hora de desenfundar. Los había reunido a todos el joven Jimmy Griffith, Smallie Griffith, que contaba con tan solo diecisiete años la última vez que se reunieron juntos, y que durante el tiempo en que se separaron pasó a ser el más famoso cazarrecompensas de todo el oeste, habiendo cumplido ya los treinta años.
La ciudad de Wood Valley había sido tomada por un grupo de forajidos fuera de la ley, unos veinte en total, pistoleros casi todos de poca monta que habían asesinado al sheriff y a su ayudante y habían llegado a controlar toda la ciudad. Vivía allí con su marido la hermana pequeña del joven Griffith, y decidió pedirle ayuda a éste, que no había llegado a ver mejores hombres que los que había conocido tanto tiempo atrás. El malvado Pitt el Cojo, líder de la banda de pistoleros que había tomado la ciudad, los citó a todos contra sus mejores hombres, a la caída del sol quedaron en el centro del pueblo, duelo de pistolas de cinco contra cinco, ni más ni menos.
Todo el pueblo estaba observándolos desde el exterior de sus casas. Allí estaban el barman y el herrero, las chicas del saloon y el dueño de la tienda de armas. También la hermana de Smallie Griffith, vestida de animadora de instituto americano, su marido, un indio, y sus amigas, también animadoras. Los demás habitantes del pueblo eran todos indios y algún que otro soldado de la Segunda Guerra Mundial. Además de ellos, también estaban presentes el resto de miembros de la banda de Pitt, todos ellos vestidos de guerreros clon de la Guerra de las Galaxias. Los pistoleros estaban a punto de desenfundar, y en ese momento sonó una terrible voz desde lo alto, una voz que dijo:
            - ¡Billy, a cenar! ¡Recógelo todo!
Y fue entonces cuando la gigantesca mano del todopoderoso y omnipresente Dios, Billy, comenzó a llevárselos a todos uno por uno; acabó el juego y todos los juguetes fueron a sus respectivas cajas.

martes, 7 de febrero de 2012

Hacer trampas

"El hombre es el único zorro que instala una trampa, le pone un jugoso cepo y luego mete dentro la pata".
John Steinbeck.

          Caballeros, el destino y la fatalidad se unieron aquella noche para que pudiera contarles una historia, y en ningún momento se me ocurrió la idea de desaprovechar la ocasión. Me encontraba yo en una sociedad de recreo, por así decirlo, en la nos juntábamos los más destacados miembros de la nobleza y de la clase media alta de la era de la postmodernidad. En aquel lugar, los hombres y mujeres del club solíamos entretenernos tentando a la fortuna mediante aventurados juegos de azar probabilístico; la ruleta, los dados o, por qué no decirlo, el amor. Era de noche, la luna estaba en cuarto menguante y yo tenía una mano que podría haber servido de ejemplo en cualquier manual de póquer que se precie, así que no tenía ninguna intención de irme. Los turnos ajenos me los pasaba bebiendo un vino que me pareció horrible en un principio y pasable a la segunda copa, y que se convirtió en el mejor vino del mundo una vez que me bebí la tercera. En ese momento apareció una mujer de destacada belleza, una joven señorita de mirada insegura, vestido blanco y delicadas curvas. Me atusé el bigote con incredulidad mientras que la observaba, puesto que le estaba entregando una copa a uno de los hombres con los que me jugaba el dinero, y su escote se ponía a la vista por momentos. Seguramente aquella damisela tenía por único objetivo distraernos a todos mientras que su acompañante cambiaba una carta por debajo de la mesa, cosa que vulgarmente se conoce como hacer trampas, o dicho de otra forma, manejar las casualidades, o eliminar el riesgo y la inseguridad en el juego y en la realidad. A mí me daba igual, ciertamente, puesto que aquella noche alguna especie de fuerza causal necesaria, que desconocía todos mis actos pero los determinaba, decidía premiarme por razones que ignoré, pero agradecí resueltamente. Mi mano era la ganadora a pesar de todas las trampas que se hicieran, porque en el póquer, a diferencia de en la realidad, hay una mano que es máxima y que gana a todas las demás, y que te da la seguridad del que hace trampas, pero sin hacerlas. Esa mano tiene un nombre, pero yo no pienso mencionarlo, porque uno nunca revela su mano en una partida.  
            En fin, señores, debo hacer un punto y aparte en este momento, porque tuve que ir al baño, primero, y recordarlo merece un respiro, y además porque a partir de mi vuelta las cosas empezaron a cambiar y la suerte volvió a serme adversa. “Caballero, le propongo una cosa”; aquella fue la frase que me llevó a la perdición. “Le propongo jugarse a su mujer, esa dama tan bella de hipócrita vestido blanco virginal”. Debí suponer, ahora me doy cuenta, que a ningún gentilhombre que sea digno de tal título le haría gracia que uno le ofrezca jugarse a su señora, o a su acompañante, o lo que fuese. Para cuando me quise dar cuenta, tres o cuatro respetables señores me arrastraban, a mí y a mi mano ganadora, que decidí mirar en un último intento por seguir en la partida. Resultó que, vista de nuevo, aquella mano había dejado de ser la mano ganadora, le habían sustituido una carta en mi ausencia, o yo había estado demasiado borracho, cosa que no pudo ocurrirle a un elegante caballero como yo. Y para cuando me quise dar cuenta, repito, estaba yo en la puerta de fuera, tirado en las escaleras, y mi chaqueta americana me acompañó poco después, devuelta por un amable defensor de la seguridad del local.
            Es triste, muy triste, que uno ya no pueda fiarse del azar, ni pueda refugiarse en él para huir de la fría lógica y del método determinista de la realidad. Siempre habrá alguien que controle el azar, siempre habrá alguien que convierta la mano ganadora en mano perdedora y el juego en realidad y la realidad en juego, y si ese alguien puedes ser tú, pues adelante, qué diablos, adelante,  hazlo, como lo hice yo, cuando me encontré de nuevo con la señorita de blanco en la parte de afuera de la casa, y decidí invitarla a una copa y ella accedió, y el resto no se lo cuento porque soy un hombre de honor, y de principios.


viernes, 3 de febrero de 2012

Sueños

"El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida".
Marguerite Yourcenar, escritora francesa.

Allí fuera todos estaban locos, así que nosotros nos creímos con derecho a estarlo. Caminábamos juntos por una playa de arena blanca y aguas cristalinas, y el cielo era rosa y violáceo y amenazaba con ponerse el sol. Pero nunca se ponía, y aquel abanico de colores era lo más parecido a la noche que teníamos. A veces te dejaba delante, andando sola, y la luz brillaba en tu pelo negro, y tus ojos verdes resplandecían al volver sobre tus pasos. A veces tocaba el piano para ti y para nadie más, y bailabas a mi alrededor, y otras veces la música sonaba y tú me hacías bailar, aun cuando yo nunca bailo. Te llamabas Elisa cuando oías mi música y te llamabas Ginger cuando bailábamos, Beatriz cuando te cortejaba y Juliette cuando te amaba locamente, tenías mil nombres y mil caras pero siempre eras la misma y siempre vivíamos en el mismo paraíso.
Todo aquello era nuestro y mucho más, en el paraíso nunca llovía ni hacía frío y nunca faltaba comida ni reposo. En su lugar, siempre había una suave brisa y una extraña pero agradable sensación de plenitud envolvía el aire, y el agua de la playa siempre estaba tibia y risueña, y al chocar contra las rocas era como un sussurro que infundía tranquilidad y paz. Imaginar el paraíso es volverse loco, pero casi siempre son ellos, los locos de disparatado e imprudente juicio, los hombres más felices del universo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El bebedor

"La madurez del hombre es reencontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño".
Friedrich Nietzsche

El bebedor dejaba que aquel líquido ardiente bajase sin prisa por su garganta, pues tenía todo el tiempo del mundo para estar sentado a la barra. Con toda la calma pagaba, se servía y se trasegaba una tras otras las copas de bourbon que le iba poniendo el camarero. Aunque de primeras tenía un sabor acaramelado, el bourbon siempre acababa sabiéndole amargo al beber varios tragos. Como la vida misma.
Con la mirada perdida y la cartera vacía, el bebedor comenzó a fijarse en lo que había a su alrededor. Los drímers, fantasmas de sus pesadillas, una vez más estaban allí. Su ex mujer era una drímer y lo abandonó sin el menor atisbo de piedad, y desde entonces había aprendido a reconocer a los que eran como ella. En apariencia, los drímers eran personas completamente normales; no vestían de ninguna forma especial ni tenían un trato extraño con el resto. Pero siempre tenían el comentario oportuno o el gesto preciso para encantar al mundo. Se les distinguía aún mejor cuando estaban solos; fijaban su mirada en un punto y podían quedarse así minutos enteros, sonreían sin ninguna razón y en general no se podían estar quietos. Todo lo que veían les afectaba de una manera u otra y lo demostraban con claridad; de hecho, no era infrecuente verles tener a cada uno una conversación en voz alta consigo mismo.
El bebedor estaba harto de los drímers, pues aunque nadie lo supiera, salvo él y unos pocos más, los drímers controlaban sus vidas; escribían los libros que él leía, componían los discos que escuchaba y actuaban en las películas que veía. Cuando los drímers se quedaban solos, se dedicaban a crear y crear, desde hermosas canciones y poesías hasta gigantescos edificios metálicos. Un drímer no es otra cosa que un dreamer, un soñador, mal pronunciado en la nebulosa mente de un borracho. Los drímers están en todas partes, y el bebedor los odia porque pueden disfrutar de la vida de mil formas distintas y mejores que las que él conoce. Malditos drímers, algún día acabaría con todos. Se levantó y se fue de allí, intentando quitárselos de la cabeza sin demasiado éxito.