Venus

Venus

jueves, 10 de mayo de 2012

Caronte


"Siempre acabamos llegando adonde nos esperan." José Saramago.

Dicen los entendidos que el acto de viajar es importante para la formación del espíritu, pero es preciso comprender que los viajeros, por mucho que disfruten de sus viajes, siempre acaban por desear volver a casa. Sucedió que uno de entre tantos ciudadanos, descontento con su vida, decidió organizar un último acto colectivo en el que pudiera quitarse la existencia. El viaje se trataba de un crucero, no de un crucero cualquiera, por supuesto, ya que en este barco les estaba permitido viajar sólo a aquellos que, como él, estuviesen dispuestos a suicidarse. Y en este barco, además, viajaban también todos los elementos que acompañan al festejo, a la diversión y al vicio. Música, baile, comida, bebida, alcohol, drogas, bailarinas exóticas, prostitutas, todo aquello y más provenía del bolsillo de aquel misterioso hombre que con tanto empeño anhelaba la muerte. El resto de tripulantes, hombres sin familia, hombres sin amigos, fracasados económica o socialmente, hambrientos, indigentes, desafortunados, todos ellos buscaban un postrero evento en el que engañar a sus sentidos y creerse, por unos instantes, un poco más cerca de la felicidad. Sería una semana entera de perversión y de desenfreno, en la que todo estaba permitido y nadie les vigilaría, siete días sucesivos de degeneración en las aguas del Pacífico Norte. Un viaje de despedida. El barco zarpó una bochornosa tarde de verano, difuminado el horizonte por el calor del sol.
Ya han pasado seis días desde que diera comienzo aquel insólito acontecimiento. En mitad del océano tronaban los altavoces y fulguraban las luces de neón, el mar embravecido pedía a gritos un descanso. En el interior resonaba la música electrónica y los invitados continuaban bebiendo y bailando. La acción de las drogas estimulantes los mantenía despiertos, pero eran como fantasmas navegando a la deriva, ya no sentían nada y continuaban en pie sólo por inercia. En los baños se iban acumulando los dormidos, los inconscientes o todo el que deseara evadirse de aquella extraña y nueva realidad. Entre la confusión, el ruido y la violencia, muchos de los hombres y mujeres allí presentes ya no pretendían divertirse de ninguna manera. Por el contrario, se sentían terriblemente asustados, mareados, desconcertados. Habían perdido el contacto con la realidad.
Fue entonces cuando ocurrió. En medio de aquel ambiente adulterado, entre el griterío y el movimiento, aquel barco que lo había aguantado todo comenzó a girar sobre sí mismo. No era ningún efecto de los opiáceos ni de los alucinógenos, como algunos creyeron, sino que el océano, repentinamente, formó un remolino en torno a los pasajeros de la nave, y el barco comenzó a hundirse en las profundidades sin remedio. Y fue entonces cuando los ocupantes del navío, todavía en un estado de trastorno, tomaron conciencia de lo que ocurría. La música cesó y las luces se apagaron. El barco comenzó a dar bruscas sacudidas y el agua ascendió hasta el interior. Y fue entonces cuando todos aquellos individuos, que habían acudido allí despreciando su existencia, comenzaron a temer por sus vidas. Hombres y mujeres abrazados y acurrucados, esperando a que llegase un final que ya no miraban con los mismos ojos. Hubieran preferido que el barco atracase en un lugar cercano para poder volver a empezar con sus vidas. Desearon que nada de aquello hubiese tenido lugar.

Después sucedió todo muy deprisa. El torbellino que se había formado desapareció como por arte de magia, salió el sol y el mar inquieto recuperó la calma, reflejó el cielo claro formando un azul tan intenso como el de mirada humana. Las nubes se abrieron y dejaron paso a un sol acogedor. Aquellos que hasta hacía poco buscaban acabar con sus vidas salieron a cubierta y agradecieron la llegada de una verdadera luz. De repente comenzó a nevar. Cayó nieve como nunca había caído hasta entonces, nieve cálida, nieve sin frío, la única nevada posible en el mar tranquilo de las aguas tropicales. El barquero cambió de rumbo. Volvían a casa. Sobre ellos cayeron copos semejantes a plumas, dejando el suelo blanco y limpio, dejando el cielo cristalino.

https://www.facebook.com/marioherreroescritor

3 comentarios:

  1. un final nevado, pero el cielo clareó
    saludos

    ResponderEliminar
  2. mario me encanta tu manera de escribir tan simple y poética al mismo tiempo! gracias por pasar espero me visites seguido besos!

    ResponderEliminar