Venus

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martes, 7 de febrero de 2012

Hacer trampas

"El hombre es el único zorro que instala una trampa, le pone un jugoso cepo y luego mete dentro la pata".
John Steinbeck.

          Caballeros, el destino y la fatalidad se unieron aquella noche para que pudiera contarles una historia, y en ningún momento se me ocurrió la idea de desaprovechar la ocasión. Me encontraba yo en una sociedad de recreo, por así decirlo, en la nos juntábamos los más destacados miembros de la nobleza y de la clase media alta de la era de la postmodernidad. En aquel lugar, los hombres y mujeres del club solíamos entretenernos tentando a la fortuna mediante aventurados juegos de azar probabilístico; la ruleta, los dados o, por qué no decirlo, el amor. Era de noche, la luna estaba en cuarto menguante y yo tenía una mano que podría haber servido de ejemplo en cualquier manual de póquer que se precie, así que no tenía ninguna intención de irme. Los turnos ajenos me los pasaba bebiendo un vino que me pareció horrible en un principio y pasable a la segunda copa, y que se convirtió en el mejor vino del mundo una vez que me bebí la tercera. En ese momento apareció una mujer de destacada belleza, una joven señorita de mirada insegura, vestido blanco y delicadas curvas. Me atusé el bigote con incredulidad mientras que la observaba, puesto que le estaba entregando una copa a uno de los hombres con los que me jugaba el dinero, y su escote se ponía a la vista por momentos. Seguramente aquella damisela tenía por único objetivo distraernos a todos mientras que su acompañante cambiaba una carta por debajo de la mesa, cosa que vulgarmente se conoce como hacer trampas, o dicho de otra forma, manejar las casualidades, o eliminar el riesgo y la inseguridad en el juego y en la realidad. A mí me daba igual, ciertamente, puesto que aquella noche alguna especie de fuerza causal necesaria, que desconocía todos mis actos pero los determinaba, decidía premiarme por razones que ignoré, pero agradecí resueltamente. Mi mano era la ganadora a pesar de todas las trampas que se hicieran, porque en el póquer, a diferencia de en la realidad, hay una mano que es máxima y que gana a todas las demás, y que te da la seguridad del que hace trampas, pero sin hacerlas. Esa mano tiene un nombre, pero yo no pienso mencionarlo, porque uno nunca revela su mano en una partida.  
            En fin, señores, debo hacer un punto y aparte en este momento, porque tuve que ir al baño, primero, y recordarlo merece un respiro, y además porque a partir de mi vuelta las cosas empezaron a cambiar y la suerte volvió a serme adversa. “Caballero, le propongo una cosa”; aquella fue la frase que me llevó a la perdición. “Le propongo jugarse a su mujer, esa dama tan bella de hipócrita vestido blanco virginal”. Debí suponer, ahora me doy cuenta, que a ningún gentilhombre que sea digno de tal título le haría gracia que uno le ofrezca jugarse a su señora, o a su acompañante, o lo que fuese. Para cuando me quise dar cuenta, tres o cuatro respetables señores me arrastraban, a mí y a mi mano ganadora, que decidí mirar en un último intento por seguir en la partida. Resultó que, vista de nuevo, aquella mano había dejado de ser la mano ganadora, le habían sustituido una carta en mi ausencia, o yo había estado demasiado borracho, cosa que no pudo ocurrirle a un elegante caballero como yo. Y para cuando me quise dar cuenta, repito, estaba yo en la puerta de fuera, tirado en las escaleras, y mi chaqueta americana me acompañó poco después, devuelta por un amable defensor de la seguridad del local.
            Es triste, muy triste, que uno ya no pueda fiarse del azar, ni pueda refugiarse en él para huir de la fría lógica y del método determinista de la realidad. Siempre habrá alguien que controle el azar, siempre habrá alguien que convierta la mano ganadora en mano perdedora y el juego en realidad y la realidad en juego, y si ese alguien puedes ser tú, pues adelante, qué diablos, adelante,  hazlo, como lo hice yo, cuando me encontré de nuevo con la señorita de blanco en la parte de afuera de la casa, y decidí invitarla a una copa y ella accedió, y el resto no se lo cuento porque soy un hombre de honor, y de principios.


6 comentarios:

  1. Mario que bonito tu blog, de seguro tendras muchos adeptos, yo ya te sigo,te invito a participar de mi blog papelesaniamdos.blostop.com, saludos, Danae

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  2. HOLA GRACIAS, POR PASARTE POR NUESTRO BLOG TAMBIEN TE SEGIMOS (: UN BESO DE MY ENDLESS LOVE♥
    www.vale-endlesslove.blogspot.com ← te esperamos por alli

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  3. “hacer trampas, o dicho de otra forma, manejar las casualidades, o eliminar el riesgo y la inseguridad en el juego y en la realidad.”

    “Siempre habrá alguien que controle el azar, siempre habrá alguien que convierta la mano ganadora en mano perdedora y el juego en realidad y la realidad en juego, y si ese alguien puedes ser tú, pues adelante”


    Me gusta, Mario, esa relación que haces entre el juego y la realidad. Por reflexiones como estas merece la pena leer el libro. Seguro que el día 17 tendrás la mejor mano. Échale un órgano al azar y adelante.

    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, me encanta que te haya hecho pensar. Espero verte por allí el 17!
      Un abrazo.

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    2. Ya me gustaría, pero Madrid pilla un poco a desmano de Bilbao. Prometo que me acordaré de ti el día 17. Sé que todo irá bien, disfruta del día.

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  4. Hola Mario gracias por visitar y seguir mi bloq, sigo el tuyo me ha gustado Hacer Trampas, un saludo desde Málaga.

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